En una clase donde todos los estudiantes se llaman por apodos —divertidos o crueles—, Un estudiante carga con el mote de “Orejas”, sin que nadie lo llame por su verdadero nombre. Durante una lección sobre el valor de la identidad, reflexiona sobre cómo los apodos pueden herir. Al reunir valor, pide a sus compañeros que lo llamen por su nombre real. Desde ese momento, el grupo comienza a respetar y usar los nombres verdaderos.